TALLER DE LAS DÁMASAS: VENTA DEMÁQUINAS DE BORDAR
En 1914 Dámaso Aranda (1886-1969) abrirá una ferretería en la parte delantera de su casa, situada en la calle Príncipe de Bolaños de Calatrava. Entre las mercancías a exponer y vender estarán como novedad las máquinas de coser y bordar de la marca Singer. Vender una máquina significará en esos tiempos comprometerse a enseñar a coser e iniciar en el bordado a la destinataria del artilugio. Será por ello que su esposa, Dominga Aranda (1888- 1963) , mujer hábil con la aguja al haber sido alumna de Dª Ambrosia1 en la Escuela Municipal, aprenderá a manejar la máquina con facilidad2 y se responsabilizará de enseñar gratis a las compradoras, contribuyendo así al sustento familiar. Consiguientemente el comprador con dicha adquisición, que pocas veces era pagada al contado, tenía el derecho a un mes de aprendizaje y ¡a la garantía de casi una vida de su correcto funcionamiento!
Dámaso, el cabeza de familia, era un hombre culto para su momento y liberal de pensamiento Durante la década de los años veinte la familia irá creciendo, quedando constituida en este tiempo por cinco hijos: Antonia, Julia, Fidela “Dámasa”, Francisco y Evaristo Samuel. Todos tendrán no sólo conocimiento de las primeras letras, sino que se expresarán con perfecta caligrafía y controlarán los secretos de la aritmética, pues aparte de asistir regularmente a la escuela pública, también irán durante las noches a las escuelas particulares de Dª Enriqueta, tanto las chicas como los muchachos. Durante la República el padre de familia será nombrado cartero y jefe de Correos de Bolaños3, trabajo que desempeñará hasta pasada la Guerra Civil.
Julia (1919-2010), la segunda de los hijos, de carácter abierto, ayudará desde niña en el reparto y lectura de cartas, ya que buena parte de la población bolañega era analfabeta en aquella época, pues no había tenido oportunidad de aprender ni a leer ni a escribir; paralelamente correrá de casa en casa, tanto vendiendo como arreglando las máquinas de coser. Mientras la madre y la primogénita Antonia bordan, Dámasa cuidará del hogar y los varones trabajarán la huerta situada en el arroyo de S. Andrés.
Antonia (1913-2008) enfermó en el año 1926 con fiebres tifoideas (una epidemia que asoló Bolaños durante la década de los años veinte), por ello tuvo que pasar seis meses aislada en una casilla en el campo, en la que entre su mobiliario destacaba su máquina de bordar, junto a un camastro, tres sillas, una mesa y un candil. Días largos, de reposo en un principio y debilidad después, con la única compañía de la madre o una hermana, pues las mujeres de la familia se turnarán en su cuidado y los hombres en su abastecimiento de ato. Noches de mucha lectura en voz alta como entretenimiento y trabajo vespertino de bordado. Este período marcará su carácter introvertido, convirtiéndose en una lectora voraz, sumamente perfeccionista y pulcra en el bordado.
Dura postguerra, muchos años de vicisitudes, con el padre encarcelado por sus ideas políticas republicanas y la madre enferma, lo que les obligará a quedar encerradas en la casa familiar. Este cúmulo de adversidades empujarán a las dos hijas mayores, solteras, a tener que vivir definitivamente de la venta de la máquinas de coser, pero ahora de la marca Alfa, fijando el taller de bordados primero en la calle Libertad nª8 (hoy llamada Ramón y Cajal nº 9), después enfrente del Parque Municipal nº 22l (hoy calle de la Cruz nº 34), ampliándolo en la década de los sesenta con un salón de mayor dimensión en el que tendrán cabida hasta cuarenta aprendizas.
Bordando aprovechando la luz solar y la noche junto al foco de la bombilla hasta altas horas de la madrugada, siempre con la compañía de la radio, irá pasando el tiempo por el taller. Las hermanas “Dámasas” convivirán con las jóvenes aprendizas, que repetirán en los meses de invierno de menos trabajo en el campo durante varios años para completar el bordado de su ajuar. Antonia, enjuta, siempre omnipresente trabajando sentada al pie de su negra máquina, mientras Julia, siempre solícita, será la que prepare sábanas y mantelerías: primero componiendo “aplicaciones” y dibujándolas, después hilvanando jaretones; más tarde sacando hilos y, finalmente, planchando la primorosa pieza acabada. Entre sus quehaceres diarios entrarán, además de atender y dirigir en todo momento a las laboriosas y aplicadas muchachas, el de seguir ejerciendo de mecánica por todo el pueblo.
Corre la época del Desarrollismo y desde Eibar, ciudad de Guipúzcoa donde está ubicada la fábrica de las máquinas, se reciben revistas mensuales con nuevos modelos de máquinas, muestrarios de bordados y promocionando concursos nacionales anuales de labores realizadas a máquina, en los que participará durante varios años el equipo constituido por las dos hermanas, siempre obteniendo premios según la modalidad en la que se presentasen: sábana de matrimonio con muestrario de calados en flores y mariposas montadas “al aire”, mantelería con rosas de pétalos recortados y superpuestos también “al aire” y dos grandes tapices alusivos al Quijote: “Embistiendo los molinos” y “El embarcadero”.
Poner fotografías completas y detalles del cuadro de los molinos con detalles de exvotos
Muy importante las explicaciones de pie de foto
Crucial fue el papel desempeñado por el joven pintor local Antonio Barón en lo referente a la calidad pictórica de estos cuadros. Su influencia da sutileza en la combinación de la graduación de colores, así como en la elección de las tonalidades de las carruchas de los hilos de algodón “áncora” para bordarlos. Sabemos, gracias a su testimonio, que fueron realizados bajo su supervisión ente 1960 y 1962, y conocemos como eran sus autoras al facilitarnos la foto adjunta donde posan todos con la obra recién enmarcada: el pintor, señalando un detalle de la vegetación, las dos hermanas y una aprendiza.
PONER FOTO de Antonio Barón señalando el cuadro
Cuadros bordados sobre el tejido, aro a aro, a base de conjugar hilos mediante matices, arenillas y punto de terciopelo; de cuya técnica hay muestra en muchos de los exvotos narrativos bordados que cuelgan de la paredes del coro de la Ermita Grande del Santuario que nos ocupa y que investigamos en este libro.
A las Dámasas se les atribuyen siete de nuestros “recuerdos” :“María López rodeada por su familia” 1928 (EXV10032) Nº Catalago; "Sotera de mayor con su familia" 1933 EXV10009 Nº Catalogo ;"Ángeles y pájaros" 1936 Exv10052 Nº Catalogo; "Tres retratos" 1943 EXV10047 Nº Catalogo; “El ausente presente" 1945 EXV10020 Nº Catalogo ;"Adoración del ángel" 19194 EXV10230 Nº Catalogo; "Familia con ángel" 1951 Nº Catálogo EXV10013.
Sabemos que Valentina Peco Arreaza bordadora de ”Ángel protector” Nº Catalogo aprende con ellas ,al igual que Josefa Trinidad Baos Ríos con "La presentación del ángel" (10038) Y Purificación Prado López aún recuerda cuando su maestra le dibujó y dirigió en 1974 “Rosas por un favor recibido" “(10029)
Antonia llegará a tal simbiosis con copiar la naturaleza, que su sobrina Antonia nos muestra un pequeño pañuelo con un pensamiento perfectamente logrado dibujado a base de hilos matizados en un pico y nos cuenta: “lo bordó con un pensamiento puesto sobre sus aros que había cogido del parque”
Las Dámasas mantendrán abierto su taller hasta comienzos de los años setenta del siglo pasado, cuando Antonia, ya mayor y muy ciega, pasará a cobrar la pensión de militar de su padre y Julia se case. No obstante, la tradición de hacerse la dote en Bolaños estaba siendo desbancada por la incursión en el mercado de las sábanas de tergal (más baratas, con vistosos estampados y fáciles de planchar), la máquina eléctrica y la incorporación de la mujer bolañega al trabajo remunerado, desempeñando profesiones no relacionados con la actividad agraria, que conllevarán la obligatoriedad de una continuidad laboral diaria, sin afectarles las estaciones del año en cuanto al descanso.
La carestía que ahora supondrá la confección de estos ajuares bordados, al no poder realizárselos la interesada y tener que encargarlos a bordadoras profesionales, relegará la posesión de estos primores de arte popular a las familias pudientes y gustosas con la posesión de labores bellas dentro de sus armarios.
Estas hermanas, excelentes artesanas, llamadas por sus discípulas “maestras”, nunca disfrutaron de dotes tan exquisitas y completas como las que ellas prepararon, dibujaron, bordaron y plancharon. Y al igual que los fotógrafos locales coetáneos, nunca ganaron para vivir holgadamente, solamente sobrevivieron, eso sí “con el reconocimiento de las mujeres del pueblo a sus primores”, hoy convertidos en obras de arte al haberse casi perdido el dominio de la técnica y ser insuperable su maestría en ella.